domingo, enero 15, 2006

Quedaban 12 horas para el fin del mundo. Parecía que alguien en algún lugar había pulsado el botón equivocado, o al menos eso decían las noticias. No me interesaba saber más y estaba intentando dar con uno de esos canales de cine clásico cuando sonó el teléfono y era mi madre, que apenas podía hablar por las lágrimas: "Tu padre no puede ponerse, hijo, está forrando la salita con colchones, pero dice que también te quiere". Estupendo. Me notaba algo somnoliento, así que hice café suficiente para pasar la tarde. Doce horas es muchísimo tiempo. También llamaron mis tíos desde Palencia y mi ex: "Muérete pronto, ¿me oyes? A pesar de todo, no quiero que sufras. Procura pensar en los buenos momentos que tuvimos y muérete pronto". Tras convencerla de que ya me había tragado el veneno, nos dijímos adiós.
Me asomé a la ventana, la gente salía disparada de un lado a otro como las hormigas en verano cuando va a haber tormenta. Como si no supieran que ellos también viven en el interior de un televisor. Más de uno guardaba cola en el cajero automático de la esquina. Aquel diminuto vestigio de orden en mitad del caos me hizo sonreír. Volví al sofá y al mando. Encontré un canal autonómico cuya programación no había sido interrumpida por la inminente aniquilación del planeta. MIlagrosamente, unos títulos de crédito en blanco y negro asomaron a la pantalla: in a lonely place, de Nicholas Ray, y con Humphrey Bogart! Quedaban menos de 12 horas para el fin del mundo. No era la primera vez. Preparé palomitas.