jueves, julio 05, 2007

Domingos


Ocurre después de la comida. Tras el tortel, el café, el carajillo. Al mismo tiempo que una brutal somnolencia hace su aparición, cuando las conversaciones llegan a un callejón sin salida y se apagan hasta los rumores de la casa de al lado, esa donde siempre hay un bebé que nunca acaba de crecer. Llega de pronto, como una niebla espesa, más espesa que el humo del tabaco y los puros, y se aposenta encima de la mesa del comedor, en la que ya no caben más migas ni restos de comida, como un batracio satisfecho a partir de las cinco de la tarde, justo cuando uno está pensando en tomar otro café. Es la tristeza del domingo por la tarde, ese estado entre la melancolía y la pura pena que ataca a todo bicho viviente entre los tres y los noventa y tres años. Ese estado que, en los países nórdicos, contabiliza más intentos de suicidio que ningún otro momento de la semana. Ese estado que condujo a Proust a meterse en la cama y a no querer salir por más magdalenas y té que Celeste le trajera. Esa extraña congoja que empuja a mucha gente a invertir los patrones del tiempo y a intentar con desesperación prorrogar el sábado hasta el martes y a poblar los after que abren el domingo a mediodía. Esa mezcla de vagos recuerdos de infancia llenos de relamidas voces de locutores deportivos y horribles sintonías que llenaban el patio de vecinos y cuadernos escolares con deberes a medio hacer y la sensación de empezar todo de nuevo y el miedo a que nuestros amigos del viernes hubieran formado toras alianzas durante y el fin de semana y ya no nos "ajuntaran" el lunes, y el miedo, también, a que la señorita hubiera olvidado nuestros nombres.


Domingos por la tarde en ciudades desconocidas, en hoteles con moquetas imposibles y habitaciones con baños de color marrón que te empujan a pasear por bulevares vacíos con tiendas cerradas y gente que bebe sola en cafés a punto de cerrar.


Domingos por la tarde en agosto donde la ebriedad de sentir la ciudad para uno solo es reemplazada por el vértigo de tener la ciudad para uno solo.


Domingos de adolescencia a la salida de la Filmoteca, después de ver una película de Bergman (que en sus memorias hace varias referencias a la tristeza suprema del domingo por la tarde) que nos zarandea hasta la médula y que nos empujaba a partes iguales hacia el deseo de hacer cine y hacia el cementerio...
CCCB, Hammershoi e I.Coixet.
Barcelona, un domingo cualquiera