martes, enero 03, 2006

Mete la cabeza en mi boca -dijo el gato- y espera. -¿Habré de esperar mucho? -preguntó el ratón. -El tiempo que tarde alguien en pisarme la cola -dijo el gato-; me hace falta un reflejo rápido. Pero yo la dejaré extendida, no tengas miedo. El ratón separó las mandíbulas del gato y metió del todo la cabeza entre los agudos dientes. La retiró casi inmediatamente. -Dime, ¿has comido tiburón esta mañana? -dijo el ratón. -Escucha -dijo el gato-, si no te gusta esto, te puedes largar. A mí, este asunto me carga. Te las tendrás que arreglar tú solo. Parecía enojado. -No te enfades- dijo el ratón. Cerró sus ojillos negros y volvió a colocar la cabeza. El gato dejó caer con precaución sus caninos acerados sobre el cuello suave y gris. Los bigotes negros del ratón se confundían con los suyos. Desenroscó su espeso rabo y lo dejó arrastrar por la acera. Llegaban, cantando, once niñas ciegas del orfelinato de Julio el Apostólico.

"La espuma de los días" - Boris Vian